sábado, octubre 03, 2009

Al borde del abismo

Tengo una persona cercana a mí que está pasando un mal momento y creo que lo que le sucede, nos sucede a todos con frecuencia: estamos perdidos. Y no refiero al adolescente que está empezando su vida de adulto y duda sobre qué será en su vida más adelante. Me refiero al que tiene un camino recorrido, pero de pronto se ha ido la electricidad, la función se detiene y ante una pantalla en blanco se cuestiona su misma permanencia en la sala.
En estos momentos creo que nos enfrentamos con nosotros mismos y nuestra más profunda realidad como personas: hacia adónde sigo?
Es por eso que quiero compartir tres pasos hacia una posible solución.
1.- La preocupación mata. Es el peor enemigo que podemos tener porque vive dentro de nosotros y justifica su existencia a cada instante. La forma obvia de eliminarla es resolver aquello que nos preocupa, pero no es sin duda la más sencilla ni realista. Sin embargo, nuestro cerebro tiene una incapacidad que usaremos a nuestro favor, y es que no puede pensar en dos cosas a la vez. Mantenerse ocupado, terriblemente ocupado, hasta el agotamiento, hace imposible preocuparse.
2.- Sólo hay una realidad y es la que nos rodea. Es correcto planificar para el futuro y recordar el pasado, pero no es posible vivir ahí. Sólo en el presente se puede vivir. Vivir en el futuro nos hace personas desconectadas de la realidad. Y vivir en el pasado nos hace estatuas de nuestros errores. Sólo las oportunidades que tenemos ahora, la gente que nos rodea y las circunstancias en que vivimos existen. Y ante ellas hay un deber, un único mandamiento: hacer lo mejor que se pueda. Lo más maravilloso es que haciendo lo mejor que se pueda es la mejor forma de construir y sembrar ese futuro que imaginamos, y de utilizar las lecciones del pasado.
3.- La simple acumulación de habilidades no es menos nefasta que la simple acumulación de dinero. Ambas son herramientas y las herramientas sólo justifican su existencia al ser usadas. Ahora bien, el asunto pasa por decidir qué uso dar a ambas. No creo que haya una regla de uso, pues los discursos moralizantes tocan temas de utilidad, servicio al prójimo, y muchos otros que son muy abstractos para ser útiles. Sin embargo, sí hay una condición: cualquier uso que se le de, debe ser en un contexto creciente. Nuestros contextos no son otra cosa que los límites de nuestra influencia. Lamentablemente, la mayoría de esos límites son obra de nuestra imaginación y de nuestros diálogos internos que cargan con el pasado y temen al futuro. Sin embargo, si cada habilidad, cada herramienta, la utilizamos para romper esos límites de nuestros contextos, se habrá justificado su uso. Cada quien tendrá sus límites, pero esa barrera que creemos que existe, eso que nos incomoda, eso que no es la confortable monotonía de la rutina, ese debe ser nuestro objetivo con cada habilidad y herramienta de que dispongamos. Lo bueno es que rota una barrera no hay marcha atrás. Sentarse en las habilidades, en la pequeña lagunita de nuestra rutina es el mayor pecado que existe: la inutilidad.

Ahora bien, ¿esos tres pasos nos llevarán a nuestro rumbo, nos permitirán saber hacia adónde seguir? Seguro que no, pero de seguro nos darán aire, espacio y tranquilidad para que operen en nosotros milagros como la fe, la esperanza, el valor, la imaginación y el sueño, pero sobre todo, las ganas de seguir. Por que eso se trata siempre: seguir o tirar la toalla, sólo esas dos alternativas existen.